viernes, 15 de junio de 2018

Los Mercados

Wadaka Tema 48


En tiempos de la Colonia, en la ciudad capital no existía el mercado de nuestros días, en cambio, había “La Matanza” lugar a la orilla del Río donde era sacrificado el ganado y cerca, al Sur, una colina:  Cerro del Zamuro lo bautizaron porque siempre había una negra ave de rapiña oteando la tarde para caerle a los trastos del ganado.


Siguiendo la ribera del Río del poniente al naciente, sobre un terreno rocalloso en forma de cabo donde se formaba una playa por las noches intermitentemente alumbrada por cocuyos (Playa de la cocuyera), la Municipalidad en 1819, levantó el  abasto de la ciudad, el Mercado, según el explorador Michelena y Rojas, el cuarto de su género en toda la República.

El mercado era un edificio semicircular rodeado por una verja de hierro, pero abordable por embarcaciones menores cargadas de víveres  de toda naturaleza y en abundancia, provenientes no sólo de Cumaná y Barcelona que están a la otra banda del río,  sino del Meta viniendo de Casanare, del Apure y aún de provincias más distantes.

Estaban además las Galerías cómodas, elegantes y espaciosas donde los citadinos se paseaban y realizaban sus transacciones comerciales a cubierto o lugares más frescos como la Alameda compuesta de dos rangos de copudos árboles. Era la zona socialmente neurálgica, alegre y movida de la ciudad desde el alba hasta el atardecer.

A la mitad del siglo pasado, la modernidad trajo los mercados periféricos y el antiguo mercado colonial frente al río fue demolido.  Ahora cada municipio tiene su mercado, San Félix y Upata entre los primeros.  En ellos se encuentra la ciudad viva todos los días en una relación de precios y de animadas y singulares tertulias interpersonales.


En la moderna Ciudad Guayana de portentosa economía industrial, por lo que en población  supera a todas a pesar de su corta edad, no hay mercados públicos sino supermercados y portentosas tiendas como en las grandes urbes donde todo está tecnificado y en armonía con el modo de vida del hombre contemporáneo que en vez de chicha de maíz toma refrescos embotellados y se comunica por unos aparatitos llamados celulares.

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