lunes, 18 de junio de 2018

El Pájaro de Siete Colores

Wadaka Tema 46


Juan se levantó temprano.  Se fue a pescar a la orilla del río y capturó un pez bonito, pero extraño.  Tenía el dorso verdoso y los flancos más claros y con una banda irisada que recorría todo su cuerpo. Presentaba numerosas manchas negras en el dorso, los flancos y sobre las aletas. Su tamaño era de unos 30 centímetros aproximadamente.  Un pescador que pasaba cerca, lo vio y también quedó sorprendido pues tenía todas las características de una trucha coloreada que sólo se encuentran en algunos lagos y arroyos de regiones frías.  ¿Cómo pudo llegar o penetrar hasta el Orinoco? Se preguntó el pescador ribereño y continuó meditabundo su camino.

Juan, un poco confundido,  devolvió su presa al río pues no valía la pena sacrificar un pez tan bonito y se fue caminando hasta un conuco ribereño donde la siembra de patillas estaba a punto de cosecha.  Quiso apaciguar su sed y tomó una de ellas aprovechando la soledad de una naturaleza apenas habitada aquella mañana por espantapájaros.  ¡Qué deliciosa estaba aquella sandía cuyos colores asociaba con los de la extraña trucha pescada en el Orinoco!
Prosiguió su aventura matinal río arriba, se internó por un recodo que conduce a una laguna circundada por piedras gigantes.  Trepó una de ellas y desde lo alto casi se cae del susto al ver una culebra Boa, mayor de dos metros, con el dorso de color anaranjado, irisaciones color perla y  grandes anillos irregulares de color pardo. La cabeza grande, los ojos pequeños y las escamas que cubren el cuerpo, lisas y brillantes.

-Hoy es el día de las cosas más extrañas! -pensó para sí y aguardó que la serpiente desapareciera para él hacer lo mismo: desaparecer de aquel lugar enmarañado y pedregoso.  Tan pronto descendió de la piedra, corrió y se extravió por un pequeño bosque perturbado por la algarabía de una bandada de loritos australianos que se habían escapado de la casa de un hacendado de la ciudad.  Que coincidencia, los loritos tendían a parecerse por sus colores a la trucha y a la serpiente pues sus colores eran muy llamativos.  El pico y el pecho amarillo rojizo, el dorso verde y la cabeza y el abdomen azul cobalto.  Quiso cazar uno con su gomera, pero no fue posible.  Los loritos raudos emprendieron el vuelo y dejaron atrás una estela de hojas secas desprendidas de los árboles.

De vuelta a casa, Juan contó a su Madre la aventura mañanera y por la noche tuvo un sueño muy largo y también lleno de sorpresas.  Soñó con un pájaro de siete colores surcando con su cola la mitad del cielo
-¡Un pájaro de siete colores! ¿Cómo es eso, Juan? -exclamó la madre tan pronto terminó de oír el cuento del muchacho recién levantado y todavía soñoliento.
-Y ¿cómo eran los colores?
-Rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.
-Caramba, qué maravilla. Y hacia dónde volaba ese pájaro multicolor y tan enorme, hijo mío?
-No volaba, madre, estaba como estático cubriendo buena parte del firmamento.

El diálogo no pasó de allí y por la noche, Juan volvió a soñar con el pájaro de siete colores.  Esta vez no comentó nada, se puso su franela, también su gorra, su gomera de cazar pájaros e iguanas y muy temprano se fue subiendo hasta la cumbre del Cerro La Esperanza.  Comenzaba el mes de mayo y en la madrugada había llovido, signo de que ya comenzaba la estación lluviosa.  El Sol muy cerca del horizonte por el naciente penetraba sus rayos en las gotas de lluvia en suspenso y una banda policroma como la Boa que  comenzó a extenderse en el cielo sorprendió a  Juan, quien  abrió los brazos y exclamó:
-         ¡Oh, Madre,  aquí está.  Aquí está mi pájaro.  El pájaro de siete colores!
En ese momento su Madre no podía oírlo, pero más tarde el le reveló la realidad del sueño y la Madre le contó el cuento de sus abuelos.  Un cuento alado que viene de los griegos, según el cual esa banda policroma que él había confundido con un pájaro era el “Arco iris”, mensajera del Olimpo para transmitir los divinos mandatos a la humanidad, por lo que los griegos  la consideraban una consejera y una guía. Viajando a la velocidad del viento, podía ir de un extremo al otro de la tierra y también al fondo del mar. Iris aparecía entonces representada como una hermosa joven, con alas y con ropa de colores brillantes y un halo de luz sobre su cabeza, atravesando el cielo con un arco luminoso.
                     Cuento infantil de  Américo Fernández



EL GATO Y EL PAJARITO
El gato grande y el pajarito de los siee colores no podían ser amigos.  El gato grande era gordo y perezoso.  El pajarito de los siete colores tenía una pequeña caja de música en su suave garganta, y todo el día estaba cantado y salando en su jaula.

Esto era lo que cantaba:

Vengo a decir una cosa
Y pongan mucha atención:
El gato grande es tan flojo
Que no caza ni un ratón

Cierto día el pajarito se salió de la jala –él también quería su libertad-, y el gato se propuso desquitarse de sus bromas.  Pero cuando ya iba a hacer esto, el pajarito de siete colores abrió su cajita de música y cantó:

Vengo a decir una cosa
Y ponga mucha atención
El gato grande es tan flojo
Que no caza ni un ratón

El gatazo, conmovido, lo abrazó.  El pajarito después cogió vuelo y se fue muy lejos, a conocer tierras.  Algunas veces regresa y visita al gato grande.  Porque desde aquel día en que se abrazaron son los mejores amigos del mundo.

Alarico Gómez, poeta de Barrancas, Estado Monagas, pero realizado en Ciudad Bolívar.


EL AJO
El ajo aprieta su puño
Su blanco puño oloroso que enguantan las libélulas no nacidas.
Pero cuando llega a mi casa
Y desnudo sus mediaslunas de olor
Y reviento su mínimo palomar enloquecido,
El ajo grita por todo el tiempo que estuvo escondido

Entonces sabe
Qué corta resulta la libertad sobre la tierra..

Luz Machado, poeta nacida en Ciudad Bolívar.




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