Wadaka Tema 46
Juan se
levantó temprano. Se fue a pescar a la
orilla del río y capturó un pez bonito, pero extraño. Tenía el dorso verdoso y los flancos más
claros y con una banda irisada que recorría todo su cuerpo. Presentaba
numerosas manchas negras en el dorso, los flancos y sobre las aletas. Su tamaño
era de unos 30 centímetros aproximadamente.
Un pescador que pasaba cerca, lo vio y también quedó sorprendido pues
tenía todas las características de una trucha coloreada que sólo se encuentran
en algunos lagos y arroyos de regiones frías.
¿Cómo pudo llegar o penetrar hasta el Orinoco? Se preguntó el pescador
ribereño y continuó meditabundo su camino.
Juan, un poco
confundido, devolvió su presa al río
pues no valía la pena sacrificar un pez tan bonito y se fue caminando hasta un
conuco ribereño donde la siembra de patillas estaba a punto de cosecha. Quiso apaciguar su sed y tomó una de ellas
aprovechando la soledad de una naturaleza apenas habitada aquella mañana por
espantapájaros. ¡Qué deliciosa estaba
aquella sandía cuyos colores asociaba con los de la extraña trucha pescada en
el Orinoco!
Prosiguió su
aventura matinal río arriba, se internó por un recodo que conduce a una laguna
circundada por piedras gigantes. Trepó una
de ellas y desde lo alto casi se cae del susto al ver una culebra Boa, mayor de
dos metros, con el dorso de color anaranjado, irisaciones color perla y grandes anillos irregulares de color pardo.
La cabeza grande, los ojos pequeños y las escamas que cubren el cuerpo, lisas y
brillantes.
-Hoy es el día
de las cosas más extrañas! -pensó para sí y aguardó que la serpiente
desapareciera para él hacer lo mismo: desaparecer de aquel lugar enmarañado y
pedregoso. Tan pronto descendió de la
piedra, corrió y se extravió por un pequeño bosque perturbado por la algarabía
de una bandada de loritos australianos que se habían escapado de la casa de un
hacendado de la ciudad. Que
coincidencia, los loritos tendían a parecerse por sus colores a la trucha y a
la serpiente pues sus colores eran muy llamativos. El pico y el pecho amarillo rojizo, el dorso
verde y la cabeza y el abdomen azul cobalto.
Quiso cazar uno con su gomera, pero no fue posible. Los loritos raudos emprendieron el vuelo y
dejaron atrás una estela de hojas secas desprendidas de los árboles.
De vuelta a
casa, Juan contó a su Madre la aventura mañanera y por la noche tuvo un sueño
muy largo y también lleno de sorpresas.
Soñó con un pájaro de siete colores surcando con su cola la mitad del
cielo
-¡Un pájaro de
siete colores! ¿Cómo es eso, Juan? -exclamó la madre tan pronto terminó de oír
el cuento del muchacho recién levantado y todavía soñoliento.
-Y ¿cómo eran
los colores?
-Rojo,
anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.
-Caramba, qué
maravilla. Y hacia dónde volaba ese pájaro multicolor y tan enorme, hijo mío?
-No volaba,
madre, estaba como estático cubriendo buena parte del firmamento.
El diálogo no
pasó de allí y por la noche, Juan volvió a soñar con el pájaro de siete
colores. Esta vez no comentó nada, se
puso su franela, también su gorra, su gomera de cazar pájaros e iguanas y muy
temprano se fue subiendo hasta la cumbre del Cerro La Esperanza. Comenzaba el mes de mayo y en la madrugada
había llovido, signo de que ya comenzaba la estación lluviosa. El Sol muy cerca del horizonte por el
naciente penetraba sus rayos en las gotas de lluvia en suspenso y una banda
policroma como la Boa que comenzó a
extenderse en el cielo sorprendió a
Juan, quien abrió los brazos y
exclamó:
-
¡Oh, Madre, aquí
está. Aquí está mi pájaro. El pájaro de siete colores!
En ese momento
su Madre no podía oírlo, pero más tarde el le reveló la realidad del sueño y la
Madre le contó el cuento de sus abuelos.
Un cuento alado que viene de los griegos, según el cual esa banda
policroma que él había confundido con un pájaro era el “Arco iris”, mensajera
del Olimpo para transmitir los divinos mandatos a la humanidad, por lo que los
griegos la consideraban una consejera y
una guía. Viajando a la velocidad del viento, podía ir de un extremo al otro de
la tierra y también al fondo del mar. Iris aparecía entonces representada como
una hermosa joven, con alas y con ropa de colores brillantes y un halo de luz
sobre su cabeza, atravesando el cielo con un arco luminoso.
Cuento infantil de Américo Fernández
EL
GATO Y EL PAJARITO
El gato grande
y el pajarito de los siee colores no podían ser amigos. El gato grande era gordo y perezoso. El pajarito de los siete colores tenía una
pequeña caja de música en su suave garganta, y todo el día estaba cantado y
salando en su jaula.
Esto era lo
que cantaba:
Vengo a decir
una cosa
Y pongan mucha
atención:
El gato grande
es tan flojo
Que no caza ni
un ratón
Cierto día el
pajarito se salió de la jala –él también quería su libertad-, y el gato se
propuso desquitarse de sus bromas. Pero
cuando ya iba a hacer esto, el pajarito de siete colores abrió su cajita de
música y cantó:
Vengo a decir
una cosa
Y ponga mucha
atención
El gato grande
es tan flojo
Que no caza ni
un ratón
El gatazo,
conmovido, lo abrazó. El pajarito
después cogió vuelo y se fue muy lejos, a conocer tierras. Algunas veces regresa y visita al gato
grande. Porque desde aquel día en que se
abrazaron son los mejores amigos del mundo.
Alarico
Gómez, poeta de Barrancas, Estado Monagas, pero realizado en Ciudad Bolívar.
EL
AJO
El ajo aprieta
su puño
Su blanco puño
oloroso que enguantan las libélulas no nacidas.
Pero cuando
llega a mi casa
Y desnudo sus
mediaslunas de olor
Y reviento su
mínimo palomar enloquecido,
El ajo grita
por todo el tiempo que estuvo escondido
Entonces sabe
Qué corta
resulta la libertad sobre la tierra..
Luz
Machado, poeta nacida en Ciudad Bolívar.
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